16 julio 2010

CXVI


Un viaje a Citera*

Como un pájaro, alegre, mi feliz corazón
libremente volaba entre todo el cordaje;
y bogaba el navío bajo un cielo sin nubes,
como un ángel que el sol más radiante ha embriagado.

¿Y esta isla tan triste y tan negra? -Es Citera,
según dicen, famosa porque está en las canciones,
Eldorado trivial de quien no se ha casado.
Contempladla y veréis que es en todo vulgar.

-¡La de dulces secretos y de fiestas galantes!
El soberbio fantasma de la Venus antigua
flota como un perfume por encima del mar
y nos hace sentir languideces y amores.

Isla bella de mirtos verdes, llena de flores,
venerada por gentes de lugares remotos,
donde se oyen suspiros de los pechos extáticos
como incienso que envuelve los jardines de rosas.

o perennes arrullos de palomas torcaces.
-Era sólo Citera un lugar desolado,
un desierto que turban destemplados chillidos.
Entreveo, no obstante, algo que es singular.

No era un templo escondido entre sombras boscosas,
cuya sacerdotisa, de las flores prendada,
con el cuerpo abrasado por secretos ardores,
entreabría su túnica a las brisas fugaces;

pero cuando la nave empezó a costear
asustando a los pájaros con su blanco velamen,
vimos que era una horca con tres palos, del cielo
destacándose en negro, como un negro ciprés.

Ferocísimas aves no soltaban su presa,
devorando rabiosas a un ahorcado de días,
y con picos inmundos se cebaban hurgando
los pedazos sangrientos de la horrible carroña;

eran huecos los ojos y del vientre rasgado
le colgaban las tripas por encima del muslo;
sus verdugos, ahítos de espantosas delicias,
con sus picos le habían totalmente castrado.

A sus pies, una turba de envidiosos cuadrúpedos,
levantando el hocico, daba vueltas en torno;
y en el centro una bestia aún mayor se agitaba,
como un fiero verdugo que dirige a sicarios.

Morador de Citera, bajo un cielo tan bello
en silencio sufrías todas esas injurias,
expiando tus cultos más infames, pecados
que te vedan por siempre descansar en la tumba.

¡Oh, ridículo ahorcado, tus dolores son míos!
Yo sentí al ver tus miembros que se hacían jirones
subir hasta mi boca una especie de arcada,
largo río de hiel de dolores antiguos;

ante ti, pobre diablo, de tan caro recuerdo,
sentí todos los picos y los dientes agudos
de los cuervos voraces, de las negras panteras
que antes tanto gustaron de morder en mi carne.

-Era hermoso aquel cielo, un espejo era el mar;
pero ya para mí noche y sangre era todo,
y sentía aquel símbolo, como espeso sudario,
que como una mortaja envolvía mi pecho.

Venus, sólo he encontrado en Citera un cadalso
a manera de emblema, con mi imagen colgada...
¡Ah, Señor! ¡Concédeme el valor de mirar
sin hastío mi cuerpo y el fatal corazón!


* Isla griega, entre el Peloponeso y Creta, con un famoso santuario a la diosa Afrodita. En lenguaje poético es la patria alegórica de los amores.

Charles Baudelaire, Las flores del mal, introducción, traducción en verso y notas de Carlos Pujol, Planeta, Barcelona, 1991, pp. 167-168.