19 diciembre 2011

LAS MANOS, del poemario Vida Súbita de Adrián Nicolás Penela



En cuanto se nos era concedido
un rato para descansar
nos sentábamos en círculo, en el suelo.
Nos mirábamos las manos:
los pequeños cortes, rozaduras,
callosidades fruto del trabajo.
Cada uno de los surcos
de nuestras preciadas manos.

Y mientras tanto el dueño de la sombra
más alejada del grupo
seguía
seguía
seguía aprendiendo a comer
y a escribir
con los pies.

Vida súbita. Adrián Nicolás Penela. Torremozas, 2011.



02 noviembre 2011

HHhH

En El libro de la risa y el olvido, Kundera deja entender que le da un poco de vergüenza tener que ponerle nombre a sus personajes, y aunque esa vergüenza apenas sea perceptible en sus novelas, en las que abundan los Tomas, las Tamina y muchas Tereza, es obvia la intuición de una evidencia: ¿hay algo más vulgar que atribuir de modo arbitrario, con la pueril intención de lograr un efecto de realidad o, en el mejor de los casos, sencillamente de comodidad, un nombre inventado a un personaje inventado? Aunque, en mi opinión, Kundera debería haber ido más lejos: ¿hay algo más vulgar, en realidad, que un personaje inventado?

Laurent Binet (París, 1972)
De HHhH (Seix Barral, 2011)

01 octubre 2011

fragmento de la novela 'Los ingrávidos'

... cuando releo ahora las notas y poemas que escribía entonces, o cuando recuerdo las conversaciones con los otros jóvenes de mi generación y las ideas que defendíamos con tanto arrojo, me doy cuenta de que más bien me he ido poniendo cada vez más pendejo. Llevo demasiados años dormido, adormilado. No me explico en qué momento se empezó a invertir el proceso que yo creía lineal y ascendente, y que al final resulta ser una especie de búmeran despiadado que regresa y te tumba los dientes, el entusiasmo y los huevos.


Valeria Luiselli
Los ingrávidos
Salto de página, 2011



16 septiembre 2011

El andén de nieve

En un tren de madera siempre puedes encontrarte con un soldado alemán. Y puedes tener que saltar sobre la nieve si has olvidado tu pasaporte. Entonces te hallarías en medio de una Europa en guerra, con el tobillo torcido perdido en un bosque de niebla. Por eso ahora no los hacen así. No sería cómodo para los viajeros.

Desde los tiempos del Union Pacific las compañías ferroviarias se vienen enfrentando a esta clase de prodigios. En secreto, han ido eliminando sin sembrar la alarma aquellos que, tras sesudos estudios en torreones alejados del mundo, se probó que dependían de trivialidades prescindibles. Así, sustituyendo materiales, esquivando poblaciones fantasmas, trastocando continuamente los horarios, bendiciendo las máquinas en el momento de su botadura, cambiando bruscamente la velocidad y hasta el sentido de la marcha se consiguió acabar con los más espectaculares sobreviviendo sólo, muy de tarde en tarde, alguna excepción que confirma la regla de la normalidad de forma y manera que no falta quién, si quiere contarlo, tiene que regresar en barco de su modesto viaje a Leganés. No obstante, después de tantos años, es poco probable, a decir verdad, sufrir a bordo de un tren de nuestros días un ataque comanche o vivir una aventura con los correos del zar. Me lo dijeron con nostalgia.

Frío de Vivir, de Carlos Castán.
Salamandra, 2004.

02 junio 2011

La leyenda de Arturo y Lidia Rágnell (Nacho Moreno)



Iba un día Arturito con su moto a todo trapo por la ciudad, quemando rueda, y no se dio cuenta de que se estaba metiendo en un barrio que no era el suyo. Su montura pisó una charco de aceite frente a la peluquería "Estilo's Unisex peluqueros-barra-as" y Arturito se vio volando por los aires, reflejado en el escaparate.

―Vaya tela ―dijo para sí mismo cuando logró levantarse de un parterre con palmitos secos― Aquí me las van a dar todas together.

En efecto. Aunque no poseía el don de la profecía, Arturo se encontró a la vuelta de la esquina con una banda de punkys con ganas de comer humano vivo. Rodearon al apuesto motero, que ya estaba rezando a la Casa Central de Yamaha, cuando se le acercó el punky más zarrapastroso del grupo. Por los tres kilos de piercings que llevaba el muchacho repartidos entre la cara y los pezones, Arturo dedujo que era el jefe.

―Eh, tú. Yo soy el jefe ―dijo el zarrapastroso, que al parecer era un hombre muy previsible―. Me llamo Moe. Te vamos a asesinar, a violar, a robarte, a torturarte y luego te acabaremos matando.

Arturo no estaba por la labor de corregir la secuencia lógica de alguno de los pasos que había enumerado el Acerico, así que guardó un digno silencio, para que al menos resultara un misterio para todos cuáles habrían sido sus últimas palabras ("todas together", concretamente). Pero, de pronto, el astroso marginal pareció dudar.

―Pero lo mismo te de perdono la vida. Porque te veo como muy enterao, y hay una duda que me roñe los entremeses. Si la resuelves, te escapas. Si no, pues no.
―Venga esa duda, oh, formidable punky ―en dificultades, Arturito se volvía un pelota de mierda.
―El punk ha muerto, imbécil. Nosotros somos New-Modal-Derty-Urban-Underclass. A ver si vas a acabar cobrando.
―No sé cómo he podido cometer semejante error. Pero estábamos hablando de una duda...
―Ah, sí. Los tripis me tienen la bola podrida y pierdo el hilo. Pues la duda que tengo es que quiero saber qué es lo que tienen las chorvis en la mollera. Las titis en la azotea. Las chochis tras el cejamen. Las pechugonas zorronas entre las asas. ¿Te coscas?
―Aunque me cuesta percibir en su totalidad la nous del problema, me parece que volicionas conocer qué es lo que desean las mujeres, así, en general.
―Ahí. Ahí le has dado, tronco. Como sé que es una cosa muy dificilísima, te voy a dar dos días: veintiocho horas. Si no vienes y me dices qué coño quieren las chochis, te vamos a buscar y te matamos a ti, a tu madre y a los seis que tu madre tiene escondidos en el armario, entre los que lo más seguro es de que se encuentre tu padre. Si vienes y me lo dices y yo voy y me lo creo, pues ni te matamos ni nada.
―Trato hecho, oh, muy legal New-Modal... esto... ¿No hay una manera más corta de decirlo?
―Junkers.
―Gracias. Pues eso. Muy legal Junker. Por mi Yamaha ahora en llamas que volveré en el plazo previsto y te traeré una respuesta que se te van a despegar los zurullos de las mallas.
―Fale, tronco. Pero de momento, mejor que dejes la cartera, el peluco y las gafas Ray-Ban, o lo que he dicho no vale ni hostias. ¿Tá claro?
―Diáfano.

Y allá que se fue nuestro héroe hacia su barrio, dentro del que no se sintió mucho más seguro porque os Junkers esos no parecían tener demasiada pinta de saber de geografía urbana. El tema de las fronteras, en concreto, tal vez no era el fuerte de aquellos chicos. Ya no quedaban puntos de referencia en un mundo en el que todo fluía.

Arturito preguntó y le dijeron muchas chorradas. Un buen marido, estabilidad laboral convenientemente remunerada, un currículum irrechazable, un cutis como el de una modelo sueca... Nada de eso parecía ser una respuesta adecuada para Acerico Man, así que pasaban las horas y Arturito se veía ya inmolado.

En esto andaba cuando vio pasar por la calle a la asistenta social que llevaba sus dos casos judiciales abiertos. Lidia Rágnell, que así se llamaba, tenía tres masters en psicología, trabajaba en un bufete de abogados además de desarrollar el trabajo de asistencia social para el Ayuntamiento y tenía una cara de entre choco de trasmallo y culo de burra que no había manera de mirarla de frente si no era en manifiesto contraluz.

―Esta hijaputa lo tiene que saber ―se dijo Arturito―. Señorita Ragnell, Señorita Ragnell. Aproxímeseme un momento. Le quiero efectuar una consulta.
―Ven tú pa cá, motero de mierda ¿Es que no tienes piernas a los lados de la churra, o qué? Míralo. Qué despojo humano. Qué gasto para la sociedad. Carne de cañón. Pasto de las ratas, de las drogas, del desempleo...
―Pues anda que no me alegro yo también de verla ni nada, Señorita Ragnell. Que es que quería hacerle una breve consulta. Un primito mío me ha preguntado que...
―Todos tus primos se han muerto de sida, imbécil. Cuéntamelo todo o te van a dar por saco. Y a pasito ligero, que no estoy en la calle para lucir las moyas.

Completamente vencido, Arturito le contó con pelos y señales su encuentro con los Junkers y la pregunta fatídica que le traía por el camino de la amargura. Lidia Ragnell soltó una carcajada que dibujó tal mueca en su boca que Arturo tardó aún seis meses en olvidarla.

―Yo te lo digo, no te preocupes. Y no dudes de que la que te daré es la respuesta correcta. Pero no te la voy a dar gratis, guiñapo.
―Huy. Mal rollete. ¿Costo? ¿Pastis?
―No, gilipollas. Tu amigo el Percebe.
―¿...? ¿Que se lo dé? Pero si no lo tengo...
―Mira que eres capullo. Lo quiero de amante incondicional.
―Ostia. Qué putada.
―¿Putada por qué?
―No, por nada, porque es muy tímido, nada más.
―Pues esta noche lo quiero con calzoncillos limpios a la salida del bufete, para que me lleve a cenar con su porsche y luego de folleteo a una de las mansiones del hampón de su padre. Allí, en la puerta del bufete, te daré la respuesta, si me traes a tu amigo. Andando, que para luego es tarde. Paso ligero, escoria.

Arturo estaba desolado. El Percebe era un imbécil que se dejaba estafar por sus amigos, pagaba siempre las copas y daba tabaco. Su padre era concejal de urbanismo y le sobraba el dinero por todos lados. Arturo temía que, si le comentaba la condición de Ragnell, el Percebe lo mandaría a la porra y entonces se le acabaría el chollo del gorroneo.

Pero el Percebe, además de imbécil era idiota, y sentía por Arturo una devoción rayana en la homosexualidad desde que éste le dio una palmada en la espalda y le dijo "¿Qué pasa, tío?". Tal muestra de cariño había anegado los ojos del Percebe durante casi una década, y aún le seguía emocionando cuando lo recordaba o veía un anuncio donde un muchacho volvía a casa por Navidad.

―Po vale. Po me la tiro. Po todo sea por un amigo.
―Percebe, tío. Es la Rágnell. ¿Tú te acuerdas de ella?
―Que sí. Que es como un turco estreñido con paperas. Pero por un amigo se hace lo que sea. Qué coño.
―¡Ay, Percebe! ¡No te quiero yo a ti ni na!

Esa noche llegaron Arturito y el Percebe a la puerta del bufete de abogados donde ejercía con notable éxito Lidia Ragnell. En cuanto salió por la puerta, la dama agarró al Percebe de un brazo y le tendió un sobrecito a Arturo.

―Ahí tienes la respuesta. Llévasela al Junker ese. Y tú, Percebe, al Porsche 911. Y ya puedes ir barruntando una erección, o te coso la cara a arañazos. Aire, Arturito.

Arturo llegó al barrio maldito, donde los Junkers estaban jugando en ese momento a beber gasolina y tragar cerillas.

―Aquí traigo la respuesta ―Arturo leyó―: "Las mujeres queremos hacer SIEMPRE lo que nos sale de la vagina. Y tú, Adelio, o te vuelves ahora mismo para casa y recoges tu habitación, o por el cabronazo de tu padre te juro que te tiro todos los vinilos al Canal de Isabel Segunda"
―Ondia ―susurró presa del pánico Moe―. La puta de mi madre.

Acto seguido arrancó de la mano el trozo de papel que llevaba Arturo y se dirigió al resto de su grupo.

―Bueeeno, troncos, creo que (bostezo) Oaaahhh, creo que me de voy a ir a mi queli un rato, pa comer comida de verdá y darle un poco por saco a mis viejos, ya sabéis, sacarles la pasta y las joyas, lo normal. Tú, motero, lárgate, no vuelvas por aquí y no hables con nadie, pero con nadie, nunca jamás en tu vida ¿Vale? ¿VALE?
―Correcto, oh, violentísimo Junker. Ni he leído nada ni sé nada de nada. Sellado queda. Por mi honor.

Míster Chatarra se fue correteando con los pasos cortitos de sus botas militares y, en cuanto se perdió de vista, Arturo le contó a todos los demás Junkers que Adelio (nada de "Moe") tenía una madre más fea que un suplicio medieval, que además era asistente social y abogada. Los días de Adelio entre los Junkers estaban contados. Tal vez lo estuvieran sobre la faz de la tierra, incluso.

Mientras, el Percebe sufría enormemente. Si conducía más lento, el estar en el coche con la Ragnell duraría más. Si conducía más rápido, llegarían antes a la casa y allí... Si conducía mucho más rápido, tal vez se mataran: Esa última opción quizás no fuera tan mala. Estaba a punto de poner a trescientos kilómetros por hora a su coche por la Castellana cuando Lidia Ragnell le dictó una orden taxativa.

―Para aquí.

El Percebe detuvo el coche cuyo poderoso motor ronroneaba como una pantera negra que se ha comido tres docenas de aves del Paraíso.

―Ahora puedo hacerte el hombre más feliz del mundo.
―Ah. ¿Puedo bajarme ya del coche y darme el piro?
―No, cretino. No me calientes los cascos que te meto.
―¿Entonces?
―Puedo ser para ti la mujer más bella. Para siempre.
―Anda. ¿Y cómo?

Lidia Ragnell señaló con un golpe de su gorgónica cabeza al establecimiento a cuyas puertas se había detenido el coche. Era una clínica de la cadena Congregación Dermoplástica.

―¿Traes la visa oro de tu puñetero padre?

A las puertas de la clínica, un médico se fumaba un canuto, obligado por las nuevas leyes ministeriales a pagar su vicio con intermitentes destierros de su lugar de trabajo. Cuando vio que los que eran ocupantes de ese coche millonario descendían del mismo y se dirigían a su cínica, se le cayó la toba de los labios. Cuando, al acercarse más, vio la cara de la Ragnell, sintió un calor imparable subiendo desde el esternón a la garganta. Algo parecido a la felicidad, tal vez.

La orden que inmovilizaba las cuentas del concejal de urbanismo llegó a la mañana siguiente, es decir, felizmente tarde para Lidia Ragnell y nuestro valiente Percebe. El fiscal general del estado no dio más importancia a los setenta y dos mil euros recién egresados de la cuenta, una insignificancia comparada con los muchos otros miles que el concejal se había gastado en Tailandia en los últimos meses.

Lidia Ragnell, bellísima, con un cuerpo perfecto y voluptuoso, sin varices ni bigotes, amó eternamente al Percebe hasta que a éste se le acabó el crédito en el banco, evento inevitable al no recibir más subsidios de parte de su encarcelado padre. Es decir, que Lidia Ragnell amó eternamente al Percebe durante quince días. Después, haciendo buena la respuesta que Arturito le había llevado a los Junkers, le dio una patada en el culo al pobre idiota, se divorció de su marido y logró que le concedieran a él la custodia de su hijo Adelio, que tuvo que vender uno a uno sus piercings para tener un platito que llevarse a la boca.

Arturo no quiso volver a hablar del asunto. Cuando alguien le comentaba algo al respecto se salía siempre por la tangente con una elegancia regia.

26 abril 2011

"Los días van tan rápidos" y "El sol es la única semilla"

...
"Los días van tan rápidos"
...
Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación
se me reduce apenas a respirar profundo para que el aire dure en mis pulmones]
una semana más, los días van tan rápidos
al invisible océano que ya no tengo sangre donde nadar seguro
y me voy convirtiendo en un pescado más, con mis espinas.

...
Vuelvo a mi origen, voy hacia mi origen, no me espera
nadie allá, voy corriendo a la materna hondura
donde termina el hueso, me voy a mi semilla,
porque está escrito que esto se cumpla en las estrellas
y en el pobre gusano que soy, con mis semanas
y los meses gozosos que espero todavía.
...
Uno está aquí y no sabe que ya no está, dan ganas de reírse
de haber entrado en este juego delirante,
pero el espejo cruel te lo descifra un día
y palideces y haces como que no lo crees,
como que no lo escuchas, mi hermano, y es tu propio sollozo
allá en el fondo.
...
Si eres mujer te pones la máscara más bella
para engañarte, si eres varón pones más duro
el esqueleto, pero por dentro es otra cosa,
y no hay nada, no hay nadie, sino tú mismo en esto:
así es que lo mejor es ver claro el peligro.
...
Estemos preparados. Quedémonos desnudos
con lo que somos, pero quememos, no pudramos
lo que somos. Ardamos. Respiremos
sin miedo. Despertemos a la gran realidad
de estar naciendo ahora, y en la última hora.
...
...
"El sol es la única semilla"
...
I
...
Vivo en la realidad.
Duermo en la realidad.
Muero en la realidad.
...
Yo soy la realidad.
Tú eres la realidad.
Pero el sol
es la única semilla.
...
II
...
¿Qué eres tú? ¿Qué soy yo
sino un cuerpo prestado
que hace sombra?
...
La sombra es lo que el cuerpo
deja de su memoria.
...
Yo tuve padre y madre:
relámpago en la arteria
una vez cada nunca.
...
Mi rostro no es su rostro
sino, acaso, la sombra,
la mezcla de esos rostros.
...
III
...
Tú haces el bien o el mal:
Tú eres causa de un hecho.
Pero: ¿eres tú tu causa?
...
Te dan lo que te piden.
Piden lo que te dan.
Total: entras y sales.
...
Dejas tu pobre sombra
como un nombre cualquiera
escrito en la muralla.
...
Peleas. Duermes. Comes.
Engendras. Envejeces.
Pasas al otro día.
...
IV
...
Los demás también mueren
como tú, gota a gota,
hasta que el mar se llena.
...
¿Has pensado en el aire
que ese mar desaloja?
...
Tú y yo somos dos tablas
que alguien cortó en el bosque
a un árbol milenario.
...
Pero, ¿quién plantó ese árbol
para que de él saliéramos
y en él nos encerráramos?
...
V
...
A ti no te conozco,
pero tú estabas en mí
porque me vas buscando.
...
Tú te buscas en mí.
Yo escribo para ti.
Es mi trabajo.
...
Vivo en la realidad.
Duermo en la realidad.
Muero en la realidad.
...
Yo soy la realidad.
Tú eres la realidad.
Pero el sol
es la única semilla.
...
Gonzalo Rojas, Concierto. Antología poética (1935-2003), Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, 2004, pp. 149-153. Selección y prólogo de Nicanor Vélez.
...

14 marzo 2011

Union Atlantic, de Adam Haslett

Se había acostumbrado a estar sola. Su alma seguía viva gracias a los saltos incandescentes procurados por ciertos intervalos sagrados y fútiles: el ritmo y la melodía de unas palabras en una página, una sonata que transformaba el tiempo en un sentimiento, un paisaje en un lienzo captado de tal manera que brindaba un breve alivio frente al miedo de la neutralidad absoluta. Todo aquello era lo que sustentaba su fe en el mundo. Lo que los utilitaristas y los materialistas y los devoradores de ese cientifismo barato jamás comprenderían: que la privilegiada experiencia de pasear a la orilla de un río, en compañía de la naturaleza, no sólo se debía a una esencia propia de lo natural, sino también a las ideas recibidas a través de la poesía y la pintura, del canto llano protestante o la exuberancia romántica. Uno paseaba dentro del cuadro. Uno veía a través del poema. La imaginación también creaba la experiencia, no sólo la materia.

Union Atlantic, de Adam Haslett.
Salamandra, 2010.
Traducción de Ismael Attrache Sánchez.